Caminamos a tontas en la ignorancia de una época única en la
historia registrada de esta tierra que habitamos.
Nunca antes tantos
seres humanos accedimos a toda la información que quisimos creer que era la
información. Pero la información no es conocimiento y en esta torre de Babel en
la que nos sumergimos ya no hay verdades ni mentiras. Todo puede ser tomado
como la verdad y todo, absolutamente todo, puede ser mentira.
Depende de la
conciencia, como escribió L. A. Spinetta “aquella abuela que regula el mundo”. Y ha de
haber muy poca, ya que este caos de dolor y muerte no está siendo regulado por
ninguna abuela.
Los símbolos abundan,
y con ellos abundan quienes los interpretan. Los maestros abundan, y sin embargo no pueden
educarse a si mismos la más de las veces.
Nos llegan a las
manos herramientas con las que mejorar esa conciencia, información sobre
nuestros venenos de cada día, y sin embargo nos resulta suficiente con la
información, pero no conocemos, no experimentamos ni nos apropiamos de ella.
Las verdades se ocultan
tras ficciones, deformadas con cristales fluorescentes, nos engañan contándonos
de que va esta cárcel extraña compuesta de paraísos e infiernos.
Compramos sin más las
verdades que nos son vendidas a diario sin observar que es lo que nos susurra
el corazón. Tragamos las mentirosas verdades como comida chatarra.
Sentados en la
reposera sobre arenas blancas acariciados por la brisa podemos saber en el
mismo instante en el que esta sucediendo de ese ataque suicida que deja cientos
de cuerpos ensangrentados sobre la acera de una plaza en un extraño país que no
vamos a conocer. De miles de trabajadores que quedan sin sustento.
Sufrimos ese horror
milimétrico, el horror del cine en la vida real mientras nuestra propia vida
pierde certezas. Perdemos la certeza para no ganar espanto. Acaso imaginar ese
cuerpo tibio con sangre palpitante, ese grito desesperado, un niño y su trauma
indeleble, el hambre y la tristeza del desocupado crónico. Acaso, si la empatía
y el amor fueran profundos y certeros ¿serían compatibles con la reposera?
Anestesiados con
nuestra estupidez e ignorancia, justificándolo todo con juicios de valor que
lejos de ser válidos son aberrantes: era negro, era gay, era musulmán, era
rico, era pobre, era sucio, era budista, era feo, era bueno, era viejo, era
joven, era peligroso, era sospechoso, era lejos, es triste, es doloroso, fue
ayer, no fue, es mentira, exageran, se lo merecen, y así podría seguir la lista
detestable de la indiferencia celular.
Nos adiestramos a
nosotros mismos. No hace falta carcelero, nuestra propia ficción nos provee de
la cerca que merecemos por inválidos. Por no lograr mover las piernas y
dirigirnos hacia lo que de verdad desearíamos que sea el mundo, nuestra casa.
Eso que nos gobierna,
sea quien sea, sabe lo fácil que se lo hacemos, nos conoce, hasta quizás se
apene contemplando tan torpe acción colectiva. Tal desamor. Tal afán
destructivo.